jueves, 14 de mayo de 2009

Los eternos desplazados de Irak

Bagdad | 13 de mayo de 2009.- Ghada se siente una afortunada a pesar de que ya ha huido de tres barrios diferentes de Bagdad tras perder a su marido. Esta chií de 23 años se quedó viuda en 2004, cuando su esposo conducía por la carretera de Ramadi y fue interceptado por un comando suní.

Le mataron de un disparo en la cabeza. La familia de su marido, asentada en el barrio suní de Ghazaliya, se hizo cargo de ella y de su hijo, pero los problemas no tardaron en llegar a este otrora adinerado distrito de Bagdad. Al Qaeda se hizo fuerte en su interior, y su primera medida fue expulsar a los chiíes. "Nos obligaron a marcharnos. Nos amenazaron con seguir la misma suerte de mi marido". Así que Ghada, su hijo y su familia política se dirigieron a Hurriya, entonces un sector mixto, antes de volver a huir a Wahde, de donde también escaparon de los combates para acabar habitando una caravana a las afueras de Bagdad.

Ghada se ha casado con su cuñado. Han tenido una hija en común, espera otro bebé y encuentra que las cuatro paredes de chapa que el Gobierno central le ha concedido tras un año de súplicas y papeles componen el hogar en que criará a la nueva criatura. "Soy afortunada. Al menos tenemos un techo bajo el que dormir". La suya es una de las 150 familias que habitan el campamento de caravanas de Al Shaab, en el sector chií de la nueva Bagdad dividida por sectas y odios. En el sector suní, otro emplazamiento similar igualmente acantonado por muros de cemento que lo hacen invisible a los vecinos del barrio, de ahí que muchos ignoren la existencia de los desplazados- acoge a 125 familias, en total otras 1.000 personas que huyeron por la violencia religiosa y no osan regresar a sus casas por temor a volver a sufrir el fanatismo sectario.

El campamento para desplazados de Al Shaab, en Bagdad.

El campamento para desplazados de Al Shaab, en Bagdad.

El conflicto civil que ha vivido Irak ha provocado un movimiento de población de cuatro millones de personas. Los más pudientes, más de dos millones, se establecieron mayoritariamente en Siria, Jordania y El Líbano y su regreso se sigue retrasando por temor a que la relativa estabilidad del país vuelva a deteriorarse. Poco se habla, sin embargo, de los desplazados internos: según los cálculos de Naciones Unidas, 2.8 millones de iraquíes viven fuera de sus casas ya sea como 'herencia' de la persecución de Sadam o por la violencia sectaria.

Uno de cada 10

Según el Centro de Vigilancia de Personas Desplazadas, uno de cada 10 iraquíes ha sido desplazado. Aproximadamente, 1.6 millones abandonaron sus hogares después de febrero de 2006, cuando el atentado contra la mezquita chií de Samarra confirmó la guerra civil larvada que se vivía desencadenando una espeluznante campaña de limpieza étnica que sólo cesó a finales de 2008. Si bien algunas familias han podido regresar a sus barrios una vez que mejoró la seguridad tras agotar sus ahorros en el alquiler de viviendas en zonas afines, son muchos los que han rehecho sus vidas en otros lugares -rentando casas o acogidos por familiares- y los que tienen demasiado miedo para volver.

Um Mustafa, acompañada de sus hijos en su caravana de Shkuk.

Um Mustafa, acompañada de sus hijos en su caravana de Shkuk.

Es el caso de Um Mustafa, una de las residentes del campamento de Shkuk, en el sector suní de Rusafa. Vivía en Madein, al sur de Bagdad, "en una casa grande, con 7.000 metros cuadrados de terreno cultivado y ganado. Tenía hasta sirvientes en casa, pero pasé a no tener ni casa". En junio de 2006, milicianos de Al Qaeda desencadenaron fuertes combates. "Los niños y las mujeres nos refugiamos en las huertas, y los hombres se quedaron a defender. Decidí huir a pie con mis dos hijos hasta la casa de mis suegros, y cuando llamé a mi marido para saber si estaba bien uno de sus asesinos respondió a su teléfono. Está muerto. Todos están muertos', me dijo".

Um Mustafa volvió días después a su propiedad para recoger sus enseres. Todo había sido incendiado, como demuestran las fotos que enseña, un terreno yermo que contrasta con las imágenes que muestran a un grupo sonriente ante una tierra fértil, captadas antes de la guerra. Permaneció dos años con su familia política hasta que la guerra les alcanzó de nuevo, y volvió a huir hasta llegar a Al Shaab.

Sin ayudas estatales

A diferencia de Ghada, Um Mustafa no se siente nada afortunada. "El Gobierno de Bagdad dijo que nos daría casas, casas de cemento y no latas de conserva. ¿Imagina el calor que hace aquí en verano? No podemos ni tocar las paredes. Si tuviera cualquier otra alternativa, nos iríamos", dice mientras sus hijos se recuestan contra el muro de chapa, donde cuelga un enorme paisaje montañoso que evoca un futuro fuera del alcance de la familia.

El Gobierno de Nuri al Maliki prometió ayudas en 2007 para aquellos que quisieran volver, una forma de alentar el regreso de los refugiados y demostrar así su teoría de que no había guerra civil. Pocos lo hicieron. También prometió compensaciones económicas para los desplazados, y ayudas para aquéllos que hubieran perdido sus casas. "Propaganda, propaganda y propaganda", resuelve Um Mustafa. "No nos han dado nada".

"Estas no son condiciones para vivir", admite Abu Yusef, encargado del campo de Shkuk. "Aquí viven 125 familias, muchas de ellas sin un hombre que las mantenga, y deben pagar electricidad, agua y gasolina para el generador. La mayoría vive de la caridad y no reciben ni una ayuda del Estado".

Vista del campamento de Shkuk, en Bagdad. (Fotos: M.G.P.)

Vista del campamento de Shkuk, en Bagdad. (Fotos: M.G.P.)

"Este es un Gobierno de mentirosos", grita Hacuma Abed Rashid, una anciana enferma que vive con su hija Nejla y varios sobrinos. El día en que un grupo de milicianos asesinó a su marido en Abu Ghraib, Nejla recibió dos impactos de bala en la cabeza. Desde entonces sufre una parálisis que le impide llevar una vida normal. Uno de sus hijos fue secuestrado y asesinado en el mismo barrio. "Ni aunque pudiera volvería a Abu Ghraib. Sólo tengo malos recuerdos", se lamenta la anciana. "Pero esto no es vida. No tenemos nada, sólo arroz de las ONG, y de las ayudas que promete el Gobierno no hemos visto ni un dinar".

A varios kilómetros, en el campamento gemelo de Al Shaab, Salwa Jabur Joawad vive en la caravana de chapa número 66 con sus cinco hijos desde hace cinco meses. Apenas tiene muebles, porque vendió todos sus enseres tras huir del barrio que la vio nacer, Al Fadl, después de que las milicias suníes asesinaran a su marido y a su hijo de 13 años en este enclave mixto de Bagdad. Ambos eran chiíes, como el resto de la familia, y en la guerra sectaria no había lugar para la compasión. Fue obligada a salir del barrio para nunca volver.

Tras vivir con sus padres durante tres años en el distrito chií de Al Shaab, éstos se vieron incapaces de seguir manteniendo a la prole durante más tiempo, así que Salwa cogió unos colchones y se dirigió al único lugar donde podía vivir: una caravana estatal, asignada tras un año de burocracia, en el campo de desplazados del mismo barrio. "Nos quedaremos aquí indefinidamente. ¿A dónde vamos a ir? No puedo volver a mi casa porque ha sido ocupada por otra familia, y estoy demasiado cansada para seguir deambulando". "Nadie nos da ayudas, sobrevivo con lo que me da mi familia, unos cinco dólares al día", se lamenta Salwa recorriendo la estancia de chapa con los ojos llenos de lágrimas.

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